miércoles, 16 de noviembre de 2016

Jornada de integración





Soy un cuentero. Soy un conector de mundos -   José Luis Gallego

Hoy tuvimos jornada de integración en el trabajo, reunión, varias áreas, un facilitador (nueva profesión no del todo definida, a medio camino de un vendedor de autos y un psicólogo), que después de un vídeo de Viven y charla deprimente a tono nos presento a un importantísimo e ignoto entrenador (couch) de Hockey, el cual parece ser ultra famoso en su área al punto que estuvo trabajando con Vigil, en varios mundiales, con las Leonas, con los Leones, con el último juego olímpico, y que nos llevó más de media hora a varios tipos de sistemas poder googlearlo por referencias de la charla hasta lograr su nombre para saber quien demonios era porque omitió presentarse. ¡Lalo! ¡querido! Encima omitieron hacer un break antes, luego de una hora y cuarto bien medida del facilitador, por lo que cuando le correspondíó disertar a este gran DT, perdimos la atención de su impactante charla a los 5 minutos, plagados de anécdotas, hockey y un powerpoint que se le resistía. Encima tenía como cierre un excelente video "Historia de dos cerebros (subtitulados al español)" https://www.youtube.com/watch?v=Nlcs0IlZR4Y, el cual no pudo mostrar por problemas técnicos: El sonido de la computadora le fallaba en una sala llena de gente de sistemas. Esos es generar conflicto, ¡no se imaginan! estábamos para saltarle a la yugular a la pc cuan si fueramos a darle respiración boca a boca por la disquetera —qué antiguo...— en búsqueda de salvarla y recuperar el sonido. Y ella, muda. Hicimos un corte, descanso. La jornada de integración iba fuertemente encaminada para ser un opio contante y sonante, cuando trajeron post yoghurt con cereales y manzana de refrigerio; a un flaco cuarentón, que sí se presentó rápidamente como José Luis Gallego cosa que en principio no nos dijo ni mucho ni nada, pero el qué, munido de su herramienta de trabajo, una fascinante y tradicionalmente destartalada silla plegable, detalló su ocupación de Cuentista. Me permito la mayúscula obligatoria. Contó un cuento, cien oficinistas aburridos pendientes de cada palabra, un silencio sepulcral teñido de risas en cada inflexión del lenguaje, un cuento sentado que era una actuación para aplaudir de pie. Luego charló de su vida, contó sus anécdotas, y pese a no tener ningún contenido empresarial, nos dejó más motivados que si hubiera sido una charla de Guardiola. Y hasta logró luego un acercamiento insólito entre personas de temperamentos irreconciliables, a partir de un cuento. Al final, sin que llegáramos a rogar, contó un segundo cuento, de una ranita. Estallamos en aplausos.
Comparto un par de links, ficha del 'personaje' y dos blogs:
http://www.tedxriodelaplata.org/orador/jos%C3%A9-luis-gallego
http://www.cuentito.com.ar/
http://joseluisgallegocuentero.blogspot.com.ar/


martes, 1 de noviembre de 2016

Lluvia



Me quedé hasta tarde, viendo una película. Y hubo un momento que tuvo significado:
Una pareja, sentados frente a frente en el marco de una puerta, apenas mirándose, y viendo por la puerta abierta la lluvia caer. 
Hace mucho tiempo, con apenas 10 años estaba en una casa vacía jugando con mi prima. Los vecinos se habían mudado, la casa estaba en venta. Se oscureció, no había luces eléctricas; y por una ventanita de la puerta pudimos ver la tormenta acercándose, y escuchar sobre el pasto y las baldosas el sonido de la lluvia, en el viento el olor a la tierra mojada.
Algunos años después, en esa casa iba a morir mi mamá. No llovía.
En otro recuerdo estábamos en la playa en Mar del Plata, de vacaciones. Un día de sol y mar, mi papá, mi mamá. Me habían comprado un avión de tergopol, de los que se remontan en el viento, había armado las alas introduciéndolas en una rendija en el cuerpo del avión, y con un hilo desde la punta planeaba como no vi ningún avión antes o después. Se escuchó un trueno, el cielo cambió de color empezó a soplar un viento fuerte, juntamos todo rápidamente y corrimos al auto, mi papá me llevaba agarrado de la mano, y yo sujetaba el avión con la otra. Un golpe de viento rompió el fuselaje en dos. El mar pasó el muro y las calles se inundaron, mi papá hizo mil giros hasta lograr sacar el auto evitando las calles más inundadas y a veces, cruzándolas, y llegar adonde parábamos. En el viaje miraba el agua cayendo a baldes por las ventanillas del auto. No pude arreglar el avión, estaba irreparablemente roto. Nunca hubo otro avión de tergopol.
En esa misma playa de Mar del Plata, o en otra tal vez, imposible saberlo, escribí en la arena el nombre de mi primer novia cuando habíamos terminado, y deje que el mar lo borrara. Volví a mi hotel, había ido solo de vacaciones. Esa noche escribí mi mejor historia, una receta para olvidar un gran amor. Aún no sabía que los grandes amores no se olvidan. No llovió ni una vez.
Con mi primer novia habíamos tenido la primer vacación 'en pareja', no sé cómo nuestros padres, sobre todo los de ella, nos dejaron ir solos. Esa vez, en una casa alquilada. En otra ocasión, varios años más tarde, alquilamos una habitación chiquita diez días en Miramar, llovió durante nueve días, un record decía el dueño del hotel. Salíamos igual, pese a la lluvia. No nos dábamos cuenta que empezaban las primeras discusiones.
Miramar, muchos años después: veo correr a mi hija bajo los árboles del bosque, me escondo, reaparezco, me busca, me ve, me persigue. No tiene ni dos años. Corre feliz entre los árboles. Junta piñas. Me siento, viéndola correr, investigar, jugar, descubrir, cierro los ojos y me recuesto en un árbol, siento el viento. Caen agujas de pino con el sonido de suaves gotas de lluvia.
Y eso me cura. Y entiendo. Y ahora vuelvo a entender que dimensionamos mal a los problemas. 
Para entender el mundo hay que entender la lluvia.



Identidad (Cuento)



Nacimos para vernos reflejados en otros ojos: sin un espejo, no podemos vernos a nosotros mismos.
Del Cuaderno de Pablo


Noche de sábado.
Otra reunión de amigos a la que asistía, nuevamente le presentaron a alguien, la miradas cómplices entre su amigo y la esposa, y después el momento de la presentación y la obligada charla con una mujer desconocida: su conversación, su simpatía, su calidad de expresión, un don de gente natural que sumado a su conocimiento de la actualidad como periodista lo hacían interesante y generaban la curiosidad de la interlocutora. Sus amigos casamenteros consideraban a Lucas  un muy buen partido: un tipo amable, inteligente, con una buena posición económica, cuarentón soltero sin hijos. Siempre bien arreglado, sin tener un físico de gimnasio se mantenía en forma, alto, profesional. Con hobbies, proyectos, intereses.
Y siempre al momento de conocer a una nueva candidata, el gesto —de marcado a imperceptible— en la cara de ella, el fruncir de las facciones, esa mínima expresión entre desilusión y desagrado. 
Lucas era feo. 
Lo sabía, era feo con ganas y sin filtro, no había Photoshop que lo arreglara en las fotos, parecía que hasta las cámaras lo evitaban en la foto familiar y terminaba como una cabeza cortada, fuera de cuadro. En las páginas de encuentros web no recibía ni un visto, cualquier imagen lo sacaba de competencia.
Una nariz enorme que era casi la parodia del soneto de Quevedo a Góngora, un mentón salido, unos dientes desparejos, acné a su edad son cosas que inmediatamente te marcan en la mente de los demás como feo. A eso sumarle una importante escasés —casi rayana en la ausencia— de un pelo fino que se agrupa en mechones, muy parecido al de  Larry de los Tres Chiflados, pero sin rulos. Rasgos marcados, ojos demasiado mansos en su mirada caída, nada penetrantes; orejas amplias y separadas (cabeza entre paréntesis, le  cargaban en la escuela). 
La regla de los 3 tercios para la simetría de la cara de Da Vinci no se le aplicaba, sino que su rostro era mucho más cercano a un Picasso.
El puente de la nariz apuntaba en una dirección diferente a la de la punta, gorda, bulbosa, y unas cejas irustas en ojos pequeños, completaban la peor combinación posible. 
Feo. 

El no tener novia ni familia le permitía tener demasiado tiempo libre; tanto por inclinación y como para llenar este tiempo disfrutaba mucho realizando labor social. En un tiempo intentó sumarse a algún partido político para tratar de mejorar algunas cosas pero pronto notó que no lo representaban y  decidió hacer las cosas por su cuenta, y aunque no fundó una ONG más de un fin de semana se lo veía en asilos de ancianos leyendo a los internos, o en hospitales. Le interesaba mejorar la condición de niños carenciados, participaba en la organización de festivales para los más necesitados, y también ayudaba en asociaciones para adopción de perros —a los que no les preocupaba su cara—, pero lo que iba a cambiar su vida fue el Centro de educación para ciegos.

Era una tarde de domingo en la que estaba en un geriátrico para entretener a los abuelos  luego del almuerzo con juegos, cuando una abuela le comentó que ese mismo día iba a ir de visita su nieto, para leerle. Lucas se sintió feliz por ella, aunque un tanto molesto porque nunca había visto al nieto con anterioridad. Tenía una opinión muy personal sobre los familiares que llevaban al geriátrico a mayores sanos, como era Susana, y luego no los visitaban incluso a los que  por su buena condición podían, al menos, llevarlos  a compartir el domingo en familia con ellos. Pero ya acostumbrado a estas cosas compartió la felicidad de Susana y  estaba justamente conversando con ellos e intercalándoles noticias de los diarios —para que se sintieran integrados a la actualidad—, cuando sonó el timbre y Beto, el nieto de Susana, entró caminando libro y bastón blanco  en mano, lentes oscuros, y una sonrisa joven en el rostro.
Decir sorpresa fue poco para Lucas. Así como sus amigos solían omitir que él era feo, Susana no había aclarado que Beto era ciego. Pero la sorpresa se convirtió en simpatía cuando Beto con una personalidad desenfadada y locuaz saludó a su abuela, habló con varios de los presentes y se presentó a sí mismo:— "Alberto, 30 años, profesión nieto, y sin mucho más que ver". El libro que llevaba era El Principito, uno de los preferidos de su abuela, en braille y —sorprendentemente para Lucas—, con sus ilustraciones originales. 
Luego de que terminó de leer varios capítulos acompañado de varios de los abuelos que se reunieron a su alrededor para escucharlo, Lucas le pidió el libro, que le intrigaba. Se sintió mal cuando le pidió:— ¿puedo verlo? — para recibir la inmediata respuesta, con picardía pero sin malicia o tristeza:— Imagino que sí... — por parte de Beto.
Las sonrisas de los abuelos presentes le indicaron que era un error y un retruque ya muy habitual. 
Lucas se encontró recorriendo los puntos de braille, y también los que marcaban el dibujo, y preguntando durante la merienda que compartieron con los internos y las enfermeras :— ¿Cómo es tu vida? ¿Podés trabajar? ¿Sos ciego de nacimiento?, a lo que Beto contestó que su vida era bastante tranquila, con pocas salidas —sonrisas compartidas entre Beto y los presentes, que lo entendían perfectamente—; que trabajaba en un Call center en Atención al cliente, el puesto lo había conseguido por recomendación de una profesora del Centro de capacitación adonde había aprendido braille ya que él no era ciego de nacimiento. Un recuerdo seguramente fue lo que dibujó el gesto de nostalgia en su cara. Lucas no quiso preguntar más.
Y Lucas se sintió asombrado, conmovido y también en parte contagiado por la fuerza que irradiaba el otro, que no había dudado en sobreponerse a la adversidad. — Tuve excelentes maestros en el Centro, que me ayudaron a salir adelante. Y acá estoy —dijo  Beto.

Lucas se fue a su casa pensando. Le había preguntado la dirección del centro, antes de irse. Y tomó una decisión. El mismo lunes fue al centro de educación para ciegos y consultó si daban cursos de Braille. Le dijeron que si. Muchos usaban el sistema de aprendizaje braille Alborada, por no estar alfabetizados, en cambio él aprendió por Bliseo, y luego aprendió ambos para poder enseñar. Para los chicos aprendió también el sistema Tomillo, y fue entonces cuando pidió si podía enseñar en el Centro. Le pusieron una tutora, que era psicóloga infantil para que lo controlara en cuanto a pedagogía, pero pronto ya no la necesitó. Iba  variando entre técnicas a medida que lo veía útil para cada tipo de aprendizaje. Su vocación, dedicación y capacidad le permitieron ser muy pronto un maestro excelente.
Le comentó a su tutora entre risas que este era el trabajo exacto para él, tan feo. La psicóloga sólo sonrió. pero preguntó por qué lo decía. Lucas le contó un poco de sus vivencias personales, y ya mas en confianza, su falta de vivencias personales.

Fueron semanas dando clase, luego un mes, dos.
Fue en el Centro en que conoció a Claudia.
No vivía en el mismo Centro, como otros profesores, pero daba clases a niños. Se la presentó la psicóloga, con una sonrisa. Claudia permaneció sentada, los anteojos oscuros puestos. Él se acercó, era bella,  o al menos así se lo parecía. 
Segura de sí misma y al mismo tiempo tímida en su forma de relacionarse. Ella le habló con una voz cargada de alegría. El sonrió y por un momento fue algo menos feo.
Viendo que estaba todo hecho, la psicóloga les comentó que tenía que ver a un niño y se retiró.
Estuvieron un largo rato sentados, frente a frente. 
Ella le contó que sólo iba a ayudar al centro, que trabajaba en una empresa de perfume.
En algún momento de la charla, Claudia le acercó las manos a la cara, la recorrió despacio, y hizo un chiste sobre su nariz. A Lucas no le cayó mal, las manos eran caricias, la sonrisa decía más que las palabras.
Y a los pocos minutos, el beso todavía más.

Lucas supo que su vida había cambiado.

Son las primeras salidas, o mejor, los primeros encuentros. Dieron una clase juntos, para chicos, que es lo que a ambos más les gusta. Los niños sintieron la alegría mejor que si la vieran.

Pronto Claudia deberá vencer su timidez, y confesarle que ve perfectamente.




Imagen



En realidad usted fue siempre una imagen, la imagen que yo creé a partir de un conjunto de anhelos, de deseos incumplidos, de pequeños fracasos.    Hoy y la alegría, Mario Benedetti


Siempre supe que no eras perfecta, lo que no impide que seas perfecta.

           Del Cuaderno de Pablo

El vaso medio lleno



Camino al trabajo, 8 de la mañana, kiosko en la galería de Av. de Mayo.
El kiosquero habla con una empleada:
Kiosquero (tranquilo):— Laura, fijate en los precios, mirá que subieron los cigarrillos. 1º de Noviembre, buena fecha para aumentar.
Yo (sarcasmo negativo):— ¿No me digas que algo aumenta? ¡No lo puedo creer!
Kiosquero, con una sonrisa:— Pero son cigarrillos. Mejor, así la gente no fuma tanto.
(Me voy con una sonrisa. Tanto optimismo te puede)