miércoles, 9 de agosto de 2017

Viñeta urbana



Pablo, 7:30 de la mañana,  y el colectivo 8 semirrápido nuevamente no se detuvo en su correspondiente parada de Donizetti —como siempre de 7 a 8 horas— aunque iba medio vacío en el vagón del fondo. Se le hace necesario tomar uno que le acerque desde Liniers a San Pedrito, para tomar el subterráneo hacia microcentro, lugar de apuros y rutina semanal de días hábiles. Se sube al colectivo con muchos como él  abandonados en la parada por la falta de respeto de choferes y empresa, muchos que registran casi la misma frase para solicitar el pasaje: — a San Pedrito, o — hasta Nazca. Nombres sinónimos frutos de una calle dividida. 
La música retumba en el colectivo 1, el chofer circula entusiasta con la radio a todo volumen pese a la legislación que lo prohíbe. La falta de respeto está a la orden del día, lo hacen todas las líneas porque no hay controles ni multas. La gente se pone auriculares para no escuchar ni escucharse, en el apretujarse matinal del día lluvioso y anormalmente cálido de la madrugada de invierno. Incómodos, nerviosos, se bajan tres cuadras antes porque el colectivo —¡No sigue por Rivadavia!, según el grito del chofer que busca esquivar la traba de tráfico producto de los arreglos del metrobús que se crea para mejorar la traba de tráfico.
Una larga fila de personas apuradas que caminan esquivando autos en una estación de servicio, una serpiente Jörmungandr porteña  que agita su cola a lo largo de cuadras entre paradas de colectivo mientras su boca besa las bocas de subte.
Los pasos apresurados, el adelantarse en la esquina del semáforo tratando de ganar un segundo al otro, el cruzar en rojo mirando los autos que vienen, las miradas intolerantes y nuevamente el apresurar el paso tratando de ser los primeros en bajar al submundo de la línea A y alejarse del cielo gris.
Entonces, justo en la entrada, una mujer pregona galletas y facturas —¡hechas en casa!, sin gritar, con la voz hecha sonrisa, y la sonrisa como un rayito de sol y color mientras ofrece sus creaciones entre el humor gris de la gente. Destaca como la única muestra de lo que debería ser una verdadera sociedad en medio de la rutina del tumulto humano.


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