viernes, 20 de octubre de 2017

La Vidente




El teniente inspector Lecca no lograba entender lo que veía. Una heladera destrozada contra el suelo ocultaba el cuerpo de una mujer probablemente joven, cuya sangre desdibujaba una enorme cruz azul trazada en el suelo.

Por suerte para él, testigos del accidente sobraban: Una mujer con carrito de almacén, el peluquero en la puerta a pocos pasos, un par de peones de un camión de mudanzas, una madre con su hijo pequeño. Les tomó declaración a todos.
— Recien pasaba por la otra vereda, de regreso del supermercado de la esquina, cuando por el rabillo del ojo alcance a ver un movimiento al tiempo que escuchaba una explosión. Miré y vi la heladera y luego al acercarme vi la mujer debajo, muerta. No la conozco, no vengo seguido a este supermercado.
— Buenas tardes oficial, yo conocía a la víctima: ella trabajaba en aquel negocio casi al lado de mi peluquería. Es adivina, vidente, y muy buena. Yo no fuí nunca, pero mi ex mujer la fue a visitar y así se enteró que yo la engañaba con la peluquera del turno tarde. Mi ex se quedó con la casa, yo logré seguir con la peluquería. Nada que criticarle a la adivina, era todo verdad. Nunca me enteré como lo supo ahora ya es tarde para preguntarle, mi ex tenía detalles que nadie hubiera podido saber. Además varios de quienes eran sus clientes se cortan el cabello conmigo y según dijeron sus profecías se cumplían siempre.
— Si, soy el dueño de la empresa de mudanzas. Mi peón y yo traíamos los muebles al edificio, el departamento está en un piso 12 y no hay forma de subir algunas cosas por la escalera, es muy estrecha. Tampoco por los ascensores que son muy chicos. Así que decidimos subir la heladera con una polea por la ventana. Armamos el cabrestante para subir la cama y una mesa de comedor, el lavarropa y un ropero de roble macizo, estábamos subiendo  la heladera... Si, a la mujer hacía rato que la habíamos visto en la vereda, miró un par de veces adonde estábamos trabajando y luego fue que se puso a dibujar. Pero no le prestamos atención, siempre que armamos una mudanza tan grande hay curiosos. La cuerda que usamos toda la mañana estaba firmemente trenzada con dos sogas pero al subir la heladera se rompió, primero una soga con un estallido, se balanceó e inmediatamente la otra soga no soportó el peso. En el movimiento la heladera se alejó de debajo de la ventana y se estrelló ahí adonde estaba la señora, cerca del cordón de la vereda.
— Pasábamos justo con mi nene, ese que ve ahí en el kiosko. Lo dejé ahí con la kiosquera que es una amiga para que se entretenga con los juguetes. Por suerte no vio nada, justo estaba mirando hacia la calle y al sentir el ruido lo cubrí instintivamente, y al darme cuenta de lo que había pasado lo metí rápido en el kiosko y salí a ver, fue entonces cuando usted me llamó. Sí, mi hijo se había acercado a doña Agatha, fue el último en hablar con ella, la conocía del barrio. La vio dibujando la cruz con tiza y se acercó. Ella siempre era muy amable, hablaron, y luego lo trajo de la mano adonde yo estaba hablando con la vecina y se volvió ahí adonde ocurrió el accidente. ¿Va a hablar con mi hijo? lo acompaño al kiosko.
— Volvíamos de la carnicería con mamá y  vi a Agatha dibujando. Le dije si jugábamos juntos y pregunté qué era lo que estaba dibujando. Me dijo una palabra rara, que no entendí, 'lestino' creo que era. Yo creí que era un tatetí porque dibujaba una X. Pero hoy no quiso jugar, me dio un beso y me dijo volviera con mi mamá, y que mirara con atención la calle que iba a ver pasar un camión de bomberos, y que en un ratito la kioskera me iba a regalar un caramelo ¡Es este! Y es muy rico.

El teniente inspector Lecca esperó al resto de los efectivos y al forense. Vio pasar raudo un camión de bomberos, con la sirena sonando. Tomó su informe, tachó la frase 'presunto accidente', y en su lugar escribió 'Suicidio'.

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